
El comienzo de un nuevo año puede ser tan importante o insignificante como el comienzo de un nuevo día, otra mañana, otra tarde y una noche más… La oportunidad que cada fin de época o temporada nos ofrece es que podemos reflexionar sobre nuestros aciertos y desaciertos en la temporada que culmina. Este periodo de reflexión que hacemos debe llevarnos a conocernos mejor, entender porque no logramos ciertas cosas y porque sí logramos otras. Fortalezas o debilidades las llaman algunos, yo prefiero llamarlas fortalezas y áreas de oportunidad para desarrollo mediante la gracia y el favor de Dios en Cristo. Porque allí donde yo soy débil, Él se hace fuerte mostrando su gloria en mí. Ya Pablo nos habló de esto en 2 Corintios 12:9-10. Les invito a ejercitar esta fe, mirando en qué no fuimos tan consistentes o disciplinados como debimos ser. Asimismo, la razón por la cual los planes de Dios en nuestras vidas no se lograron como queríamos, si en verdad eran planes de Dios para nosotros y si siendo planes de Dios, no era el tiempo de Dios aún. Asimismo, nos toca prepararnos para lo que se aproxima. ¿Qué disciplinas espirituales o de vida requerimos para lograr esta preparación o el cumplimiento de estos propósitos? ¿Qué cosas nos distraen de lo más importante? ¿Qué emociones nos hacen procrastinar aquello que es necesario hacer para poder ver la gloria de Él? ¿Tengo temores, inseguridad, frustración, perdí la pasión?
El que no se autoevalúa, no puede pretender cumplir en el próximo año las resoluciones de año nuevo que nos proponemos: ahorrar dinero, saldar algunas deudas, escribir un libro, dar un viaje, comenzar o culminar unos estudios que nos preparan para un futuro mejor. Lucas 14:25-33 nuestro Señor Jesucristo nos enseña a través de dos alegorías a evaluar lo que nos costará seguirle y cumplir con su voluntad en nuestras vidas: un constructor que tiene que presupuestar el proyecto de construir una torre antes de comenzar a edificar y un rey que tiene que evaluar sus tropas y capacidad militar antes de entrar en una guerra u optar por ofrecer un tratado de paz. Hagamos un presupuesto de vida, pensemos que queremos edificar, el precio de construirlo y el beneficio de completarlo. Evaluemos nuestra vida para decidir cuáles son nuestras batallas y cuáles no lo son, porque de esto dependerá nuestra paz. Recordemos que aquel que nos salvó, se negó a sí mismo por amor a nosotros y que de igual forma nuestro amor por Él nos llevará a negarnos a nosotros mismos cada día, tomar nuestra cruz y seguirlo para así lograr nuestro propósito en Él. Valgan las palabras de nuestro Señor Jesucristo cuando dijo: “cada día”; no cada año, no cada tres meses o seis… sino que todos los días. ¡Así tendremos un año mejor!
Deja una respuesta